Un sueño maravilloso
Llegué al instituto y entré en clase, todos se llevaban bien, estaban sentados y sin hablar a voces, estaban atendiendo a los profesores, en definitiva, interesados en aprender. Cuando salimos al recreo, nadie se metía con nadie. Vi que había grupos de personas, como los guays, los pardillos... Todos hablaban correctamente, sin vulgarismos... Increíble. Cuando salí del instituto me di cuenta de que el mundo a mi alrededor era mucho más civilizado. No lo podía creer.
Llegué a mi casa, puse las noticias y escuché que el paro había desaparecido, todo el mundo que quería trabajar lo estaba haciendo y, además, ganando un sueldo digno, acorde al trabajo realizado.
Todos tenían una casa y comida, nada de pobreza.
La corrupción entre los políticos había desaparecido también. No había violencia de género, apenas había delincuencia y discriminación. En definitiva, un mundo casi perfecto.
Lo peor fue cuando me di cuenta de que todavía esta acostado en mi camita.
Un mundo mejor
La prensa informa:
"Un niño de siete años de edad desaparece sin dejar rastro. Su familia confirma que la última vez que se le vio se dirigía a comprar gominolas..."
Y bien, ese niño del que todo el mundo habla, soy yo, Juan Camacho, hijo del famoso empresario petrolero Antonio Camacho. Iba de camino al quiosco de la esquina cuando de repente dos grandes pájaros se acercaron a mí y cogiéndome de la camisa me llevaron volando al lugar en que ahora me hallo. No sé dónde estoy, solo observo árboles y más árboles. Mi cabeza es un mar de dudas, esta situación me desconcierta, todo parece un sueño.
Sin haber un alma conmigo, tengo la extraña sensación de sentirme observado. Pero ¡bah!, tonterías, eso es imposible, solo estoy acompañado por plantas y animales. Pasa el tiempo y cada vez tengo más claro que este bosque no tiene salida. Por más que busco, mis esfuerzos no tienen fruto. Pero de repeten, una sinfonía llega a mis oídos. Viéndolo como la única forma de escapar de este lugar, creo que lo mejor es buscar la procedencia de ese armonioso sonido. Y para mi sorpresa, no es un humano el que emite esa melodía, sino un árbol, sí, una planta hablando. A mí también me parece extraño. Y él susurra:
Cuando los humanos no existían,
mis hojas veían un mundo de color,
un cielo azul, una verde flor.
Una especie todo lo ha cambiado
un paisaje gris ha surgido
olvidando así nuestro viejo mundo colorido.
Esta información me hace reflexionar. Tras unos minutos analizando el mensaje, veo que eso no me va a ayudar a salir de aquí y decido seguir buscando una salida. Pero una nueva melodía me sorprende, esta vez proviene de un árbol vecino que canta:
Quiero un mundo feliz,
donde cantar y reír,
sin preocuparme de la contaminación
que hace del mundo un lugar peor.
Al escuchar esta canción muchas ideas me vienen a la cabeza. El planeta debe cambiar y mi padre puede contribuir a este cambio, debo convencerle de utilizar nuevos métodos que no perjudiquen a estos pobre seres vivos que han vivido miles de años proporcionándonos el oxígeno que necesitamos para vivir y nosotros sin planteárnoslo les estamos arrebatando la misma vida que ellos nos dan.
En un abrir y cerrar de ojos aparezco en mi cuarto, tumbado en mi cama, con una gran noticia que comunicar. Yo, Juan Camacho, he sido el elegido para cambiar el mundo.
La guerra por la subsistencia
Chuchilandia
Un día como otro cualquiera, en un pequeño mundo llamado Chuchilandia, Pepe, el más sabio y con mayor edad de todo el planeta, sentía que algo malo iba a pasar a los habitantes, los chimichurris.Chuchilandia era un planeta muy alegre en el que todo era de chocolate y de chuche. Las nubes eran de algodón de azúcar, los ríos de chocolate blanco y las montañas de chocolate negro, la hierba estaba hecha de palitos comestibles de colores y cuando nevaba, la nieve bajaba en forma de bolitas de gominola. Esto hacía que todo fuera muy dulce, al igual que la gente. Todos se respetaban unos a otros y cuidaban mucho su mundo.
Es por esto que el aviso de Pepe a los chimichurris sobre su presentimiento los alertó mucho y se sintieron muy asustados.
Días después sintieron en Chuchilandia unos temblores muy fuertes, la gente se refugió en su casa porque tenía pánico de lo que pudiese ocurrir.
Más tarde se dieron cuenta de que los temblores los ocasionaba un gusano gigante y feo que, para sorpresa de los chimichurris...¡se estaba comiendo su planeta! La gente no sabía qué hacer pero, o actuaban pronto o su dulce mundo desaparecería para siempre.
Como nunca había pasado nada malo en Chuchilandia, los chimichurris no sabían defenderse. Estaban todos reunidos en casa de Pepe asustados. De repente, la hija de una ganadera, la valiente y pequeña Martina, les dijo a todos que había que saber enfrentarse a los problemas, que no se podían quedar de brazos cruzados, ya que ellos eran muchos y el gusano solo uno.
La gente hizo caso a Martina y vencieron al gusano. Los chimichurris vivieron felices siempre y nunca tuvieron que luchar con ninguna otra cosa, aunque ya no les daría miedo porque habían aprendido el significado de la valentía y a superar los problemas pues sabían que si estaban unidos ya nunca volverían a sentir miedo.
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